Es hora de escuchar este dolor

Tengo un vecino en mi cuadra cuya vereda es de cemento, un poco irregular. Hace un par de años, se empezó a asentar ahí mismo un perro de pelaje negro. No era un perro de raza y se había tomado la costumbre de quedarse recostado en el horario en que el sol daba de pleno, cerca de la puerta de entrada de la casa de mi vecino. Estuvo así unas semanas, yo pasaba y lo saludaba, cada vez que lo hacía movía su colita flaca. Una tarde, noté que luego de nuestro saludo habitual el visitante emitía un quejido. Como esto se repitió al día siguiente, llamé al vecino. Le conté mi inquietud, ya que no soporto ver el sufrimiento de los animales.

—Disculpa la molestia, pero no pude evitar notar que el perro está sufriendo ¿Es tuyo?

—No. Pero es cierto que le gusta dormir la siesta al sol, en mi vereda.

—¿Por qué será que se queja?

—Es que justo en ese lugar, la vereda está rota y le lastima la pata.

—¿Y entonces por qué se queda ahí?

—Será que no le duele lo suficiente para moverse a otro lugar. —Respondió mi vecino.

Con la escritura muchas veces nos sucede lo mismo. Nos morimos de ganas de empezar, pero ese llamado no nos moviliza lo suficiente. No tenemos la menor idea de los pasos que debemos seguir, tampoco conocemos a nadie que nos brinde una orientación satisfactoria. Y como se trata de una actividad que no aparece conectada con una retribución económica inmediata, la postergamos, dedicando nuestra atención plena a otros quehaceres más "útiles" y rentables.

Hoy te invito a calzarte las zapatillas e iniciar este recorrido, a darte permiso para registrar tus ideas, para expandirte al expresarlas, para trascender tus propios alcances, para darles la posibilidad a los demás de reflejarse en el espejo de tus palabras.

¡Te espero en mis talleres!

Gabriela Gutierrez